Cuando oímos un solo acontecimiento sonoro, aislado, no lo sentimos como musical. Hablo de un evento sonoro de corta duración, quizás por mi condicionamiento como guitarrista. Obviamente un solo sonido que dure diez minutos (o diez segundos) y cambie de timbre e intensidad puede muy bien ser sentido como musical – en ese sentido, el viento es música, o la lluvia, o el mar. Infinitos poetas lo han dicho desde que el mundo es mundo.
El problema es que ni el viento ni la lluvia ni el mar tienen una intención de estructurar el sonido, de dirigir las cosas en una cierta dirección (en el corto plazo) y de dirigir el transcurso de las cosas mientras el viento o la lluvia o el oleaje duran. La lluvia por lo menos tiene una forma definida. Siempre comienza por puntos sonoros, se densifica hasta hacerse continua, y termina con un diminuendo y rallentando (irregulares pero percibidos claramente como tales). El oleaje tiene picos más o menos regulares pero siempre con sorpresas rítmicas. El viento es inestable por naturaleza, pero la microestructura puede ser fascinante. Pero sin intención de estructurar, la sensación de escuchar música en un fenómeno natural sólo dura lo que dure nuestra concentración. (Si me hablan de Cage vean más abajo).
Les propongo que simplifiquemos un poco las cosas, para poder entender qué es lo que sucede.
Imaginemos que doy un golpe en una mesa: eso es simplemente un golpe en una mesa, un ruido sin sentido. Tac. Si repito el golpe más suave, TAC tac, ya es un “eco”. Si lo repito más fuerte, tac TAC, tiene un sentido diferente: es ominoso, un anuncio o una amenaza – me hace atender de todos modos. Si hago un rallentando tac tac tac tac tac, ...o un diminuendo TAC TAC TAC TAC tac o un accelerando o un crescendo (les ahorro la analogía visual) entonces me parece que indudablemente los percibo como música. Porque creo detectar una intención en esos acontecimientos sonoros. Y esa intención la detecto en las diferencias entre un acontecimiento y otro,, o lo que los matemáticos llaman diferenciales.
Entonces, la música no es lo que los sonidos hacen, sino lo que hay entre los sonidos. Su significado surge de esa relación, y sólo de ella. Somos nosotros, los oyentes, quienes hacemos la música, relacionando los acontecimientos sonoros entre sí y atribuyéndoles una intención.
Es que somos animales de significado.
Un compositor gobierna, o trata de gobernar esa intención, que a veces lo supera, y quien toca la pieza, el intérprete, hace exactamente lo mismo, con la única diferencia de estar intentando descubrir esa intención. La música es entonces intención y significado a la vez, que surge de esa intención. O no.
Lo tremendo es que la intención está ahí, incluso si el compositor no la tuvo, algo de lo cual los estudiantes de composición se enteran bien pronto.
Relacionamos las alturas y llamamos a esa relación intervalos, relacionamos las dinámicas y las llamamos (para simplificar) crescendos o diminuendos, relacionamos las duraciones y las llamamos ritmo. Con los timbres, tenemos más problemas, y a menos de cancelar los otros parámetros, que son más fuertes, no podemos realmente seguir una secuencia coherente de colores: una melodía de timbres, la famosa Klangfarbenmelodie que Schoenberg inventó (le gustaba mucho inventar cosas, no solamente en música) y usó por primera vez en una de las “Cinco Piezas para orquesta”. Por eso Schoenberg se limitó a un acorde, y Ligeti a clusters en Atmosphères. Para no distraer.
Compositor, intérprete y oyente están todos, entonces, conectados por algo que no se puede detectar a menos que uno mismo ya haya hecho la conexión. La música es el más absoluto colmo del “hágalo usted mismo”. Lo que hay entre los sonidos, desde un punto de vista material, físico, no existe. Existen por supuesto los sonidos, pero no la conexión entre ellos. Cuando Cage (alguna vez, no siempre) elige sus acontecimientos sonoros con métodos aleatorios, nos está dando una mancha de Rorschach que, querámoslo o no, interpretamos, relacionamos, estructuramos, y hacemos sentido, o sea música, de ella. Exactamente como el caso de los fenómenos naturales. Si encontramos música en ellos, somos también nosotros la que la estamos haciendo.
Entonces, la música no existe. Pero nosotros la hacemos igual. Quizás tampoco nosotros seamos tan sólidos.