Estoy oyendo las interpretaciones de Segovia de algunas de las Sonatas de Ponce, en Youtube. Es impresionante cómo cada nota parece haber sido pensada durante años, las interpretaciones tienen una intensidad tremenda, que por otra parte es lo que Ponce se merece. Su música pide la participación activa del intérprete, lo que algunos verán como anticuado, pero yo no.
Ya Alfredo Escande en su libro, "Don Andrés y Paquita" había dejado bien clara la relación de simbiosis compositiva que ambos artistas tuvieron. Se podrán decir muchas cosas de ella, que era abusiva porque Segovia tenía todas las cartas comerciales, lo que quieran, pero el hecho (que como verán más adelante puedo atestiguar personalmente) es que Segovia tenía un inmenso respeto, o más bien, una inmensa reverencia hacia Ponce.
Conocí a Segovia, cosa que he contado, creo, alguna vez anteriormente, en febrero de 1977, en New York. El link anterior es a un fragmento de entrevista de Segovia. Yo había hecho mi debut la semana anterior, y había causado cierto revuelo, porque tuve la increíble suerte de tener una excelente crítica en el New York Times. Tuve una audición con los miembros de una de las agencias de conciertos más activas en la época, y después de eso estaba invitado a cenar con Rose Augustine, la proveedora de cuerdas para Segovia (y para mí, desde entonces) y la patrocinadora de la serie en la que debuté. Me dijo que nos encontráramos en el hotel Westbury, donde siempre se alojaba Segovia en New York, porque ella tenía que darle algunos juegos de cuerdas. Quedaba muy cerca de donde yo tuve la audición.
Ahí estaba yo en el lobby del Westbury, más o menos a la hora convenida (recuerdo a los más jóvenes que no había celulares en esa época), cuando me llaman de la recepción, me pasan un teléfono y me dice Rose: "Segovia quiere oírte". No sé si ustedes se darán cuenta de lo que era eso en ese momento, era algo así como tener una audición con Dios Padre, sin anuncio previo. No había excusas, yo estaba con la guitarra, había tocado mi concierto la semana anterior y acababa de hacer una audición, no podía alegar falta de preparación. Así que lo único que me quedaba era preguntar en qué habitación estaba Segovia.
Me recibió con extrema cordialidad, e hizo mención a Montevideo y a Carlevaro (las razones las pueden encontrar muy bien explicadas en el libro de Alfredo). Estaba esperando sus valijas, estaba en una suite, y Emilita, su esposa, estaba en algún lugar detrás. Me preguntó qué programa había hecho en mi debut neoyorquino, y le dije (Molinaro, Bach, Scarlatti, Henze y otras cosas). "Ah", me dijo, "el Preludio, Fuga y Allegro, qué bien. Toca un poco el Preludio". Yo, francamente, hubiera preferido un buen tratamiento de conducto dental, porque no estaba muy de acuerdo con sus interpretaciones de Bach, pero ahí estaba, y bueno. Empecé a tocar, y en la mitad del Preludio tocaron el timbre, llegó una maleta, pasó al lado mío el camarero, Segovia le hablaba a Emilita, primero sobre el equipaje, y después diciéndole: "Emilita, ven a escuchar esto". Yo seguí, pensando que por lo menos sería algo para contarle a los nietos. Cuando terminé, Segovia me dijo:"No está mal, pero tienes que hacerlo más narrativo. Más rápido". Probé de nuevo, porque alguien que se toma la música tan en serio como para escuchar y corregir a un completo desconocido simplemente porque por alguna razón ha decidido que vale la pena corregirlo, cuando está esperando su equipaje, no se puede dejar de obedecer, aunque no tuviera la inmensa autoridad de Segovia, y mucho más si la tenía. Y lo de "narrativo" me sacudió profundamente. Pasamos a otras cosas. "¿Qué es eso de Henze?" (los "Drei Tentos"). "Toca un poco". Yo pensé, acá vamos mal, al maestro no le gusta nada lo moderno, y en ese momento esa obra parecía muy moderna (hoy se puede hacer de bis). A los treinta segundos del primer Tento me dijo: "Déjalo, está tratando de ser moderno". Obedecí con alivio. Después me dijo: "La próxima vez que nos encontremos, y seguro que nos vamos a encontrar, quiero escucharte la Chacona" (no era necesario decir cuál). Yo, que quería evitar cualquier tipo de colisión, y veía que en Bach iba a ser inevitable, le dije "Maestro, ésa es una obra para hacer cuando uno tiene cuarenta años. Yo tengo 24." Respuesta: "Es cierto, pero si la quieres tocar a los cuarenta, mejor que comiences ahora mismo". Al final, en ese hipotético establecimiento de futuro repertorio, de alguna manera coincidimos en las "Variaciones y Fuga sobre la Folía de España" de Ponce. Es una obra tremenda, que yo no había estudiado nunca en mi vida, y que conocía solamente en la magnífica grabación de Carlevaro (parcial, porque no incluye todas las variaciones publicadas). Por supuesto que hay una explicación de por qué Carlevaro no tocó todas las variaciones, pero déjenme tranquilo un poco.
Pasa un año y medio, y Segovia visita Montevideo por la que sería su última vez. Era plena dictadura militar, 1979. Yo me había casado con mi primera esposa pocos meses antes. Cuando supe que Segovia venía, me puse a estudiar las "Folías" de Ponce. Así eran las cosas antes de Facebook; uno se acordaba.
Por supuesto fui al aeropuerto a recibirlo, llegaba desde Buenos Aires. Apenas Segovia me ve, entre una nube de admiradores y periodistas, me pregunta, "¿Te aprendiste las Folías?" "Sí, Maestro". "El jueves a las tres en el hotel". El tal jueves era el día de su concierto, y no había duda sobre cuál era el hotel, el Victoria Plaza (hoy Radisson). Le llevé la guitarra a la limousine (me la entregó y me dijo, "Tú sabes cómo respetarla"), y me fui a estudiar, porque tocar para Segovia, y mucho más esa obra, no era nada trivial.
El famoso jueves en cuestión fui al hotel con mi guitarra y la partitura. Segovia, que tenia que tocar un concierto muy importante para él esa noche (hasta el punto de que el programa era un facsímil manuscrito por él mismo), no tuvo ningún problema en dedicarme un buen rato (al menos dos horas, quizás tres), y recorrimos toda la obra, explorando rincones ocultos y descubriendo una enorme cantidad de posibilidades.
La capacidad de Segovia para generar ideas interpretativas era absolutamente increíble, debo decir, y contagiosa. Por un rato uno creía que se le ocurrían cosas interesantes. Por suerte estábamos bastante de acuerdo, y fue un placer enorme, además del gran honor que era. Un honor cuyo peso es difícil trasmitir en la actualidad, donde hasta parece difícil decir que algo que se regala es un gran honor, ya que todo se regala.
No lo hablé esa vez con él, entre otras cosas porque lo único que conocía de México en ese momento era Rulfo, Ponce y Chávez, pero siento que es una obra profundisimamente mexicana, con ese sentido de integración de muerte y vida tan peculiar de la cultura mexicana, que no excluye la calidez ni la sensibilidad. A Ponce se le ha acusado de ser más español que mexicano, pero creo que es una acusación muy injusta y superficial.
¿Qué me aportó trabajar esa pieza con Segovia? Se trataba de alguien que había trabajado con el compositor hombro a hombro en un proyecto que en el momento parecía descomunal. Seguramente la idea había venido de la obra análoga de Rachmaninoff para piano, quizás con la idea de Segovia de empatarle al piano, pero fue creciendo. Ponce seguía escribiendo variaciones, una tras otra, se las enviaba por correo a Segovia y éste le devolvía la música con comentarios y sugerencias. Se transformó en algo de proporciones inusuales en el repertorio de la guitarra. Ir explorando cada pequeño recoveco, cada alternativa posible de sonido, el significado de cada indicación dinámica o agógica, fue más que una lección: fue una iniciación. Para Segovia, esa obra era algo muy parecido a un texto sagrado.
Se me dirá, es demostrable que Segovia modificó muchas cosas de las ideas originales de Ponce. Lo hacia en aras de la idea musical. Era como si Ponce y él hubieran estado explorando en un territorio desconocido, atados por la cuerda de la hermandad artística, escalando en la niebla una montaña que se les iba revelando poco a poco. Lo que Segovia modificó, lo hizo en el espíritu de servir a la idea musical con la máxima exactitud que le era humanamente posible. Esa fue mi clarísima impresión, y quiero decirles, era muy contagiosa. Uno se ponía de rodillas frente a la obra.
En fin. Quería contarles mi experiencia. Saludos, y si estudian las "Folías", acuérdense, de rodillas.