Algunos de los mejores consejos de interpretación se encuentran en textos sacros, Claro que hay que buscar un poco. Se trata, en general, de frases que se refieren a algo completamente diferente, pero uno, que es desvergonzadamente oportunista, no tiene problemas en aplicarlos a su campo, porque son muy útiles. Si el centro viene bien, se cabecea. Se podría predicar un lindo sermoncito sobre cualquiera de estas citas; yo se los voy a hacer más breve.
Empecemos por San Pablo (Corintios 3, 6): “La letra mata pero el espíritu da vida”. Esto no quiere decir ignorar la letra, y mucho menos contrariarla en aras de una supuesta licencia poética del intérprete. El texto es lo que tenemos, y lo que dice se acata. Pero como se puede acatar de mil maneras, lo que está advirtiendo don Pablo es que si no se entiende lo que dice ese texto (el espíritu), o sea, por qué está ahí lo que está ahí, vamos muertos. Atenerse a la “letra” ignorando todo el resto, es letal en la interpretación. Figuradamente, claro, porque nadie muere de una mala ejecución, pero el aburrimiento es también una petite morte.
¿Qué sería entonces ese famoso “espíritu”? Ni más ni menos que la idea, la concepción de la cual surge el texto. Esa idea tiene por supuesto asociadas emociones, quizás imágenes, pero lo esencial es la idea musical: no se escribe música para hacer terapia, al menos si el compositor o la compositora vale algo: no se trata solamente de expresar emociones, sino que hay una estructura, y muchas veces (o casi siempre) estructura y emoción son inseparables. Esa idea naturalmente tiene también que ver con ese texto invisible que es el contexto de la obra – su función, su intención, su papel dentro de la producción del compositor, las prácticas interpretativas de la época, las características de sonido o de articulación del instrumento para el que fue escrita. Que la idea sea intangible y el texto esté totalmente visible no cambia la situación: la música es intangible de todas maneras.
La segunda cita también es de don Pablo, (Romanos 14, 23) “Todo lo que se hace sin fe es pecado”. Esta es una de las ideas más iluminadoras que se puedan encontrar. Es mejor equivocarse con ganas que hacer lo correcto desganadamente. El intérprete tiene que estar jugándose totalmente en su interpretación, y eso no se puede hacer sin fe. La convicción también se trasmite al oyente, y en rasgos generales, es preferible una interpretación incorrecta pero incandescente a una correcta pero pálida. Como me parece que decía Boulez, y perdón si me equivoco, hay que crearse una zona de infalibilidad provisoria mientras se toca.
Me perdonarán si incluyo entre los textos sagrados a Lennon-McCartney, pero uno es de cuando es, y no hay nada que hacerle. “Hey Jude” da uno de los mejores consejos posibles para la interpretación: “Remember to let her into your heart / Then you can start to make it better”. La asimilación de una obra hasta hacerla propia puede llevar semanas, meses o años. Lo único seguro es que cuando ocurre, es porque nos hemos, finalmente, enamorado de ella. Y, tal como ocurre cuando nos enamoramos de alguien, todo lo que está en ella nos parece inevitable y perfecto. Sí, interpretar también es un acto de amor. Y también ese enamoramiento se comunica al oyente.
Termino con el Tao Te King: “Conociéndolo todo, procede como si no supieras nada”.
Este Alzheimer temporario que recomienda Lao-Tzu (que en chino quiere decir “viejo maestro”) es la clave para que una interpretación suene fresca. Muchos “laicos” se preguntan: ¿cómo es posible que algo que se toca por milésima vez parezca fresco? (Como decía Menuhin "if you really try, it is no problem.") El secreto es ese mismo; aprender, y después olvidarse, para disfrutar como cualquier oyente cuando se toca la obra,. Es ciertamente un desdoblamiento, algo paradojal, pero es posible y es lo que cualquier buen intérprete hace todo el tiempo. Lo que es sorpresivo nos debe sorprender, lo que es emotivo nos debe emocionar, y ambas cosas en tiempo real, en el momento de la ejecución. También, este consejo nos enseña a permanecer abiertos y humildes frente al texto: no porque la hayamos tocado mil veces lo sabemos todo. Una buena obra tendrá siempre algunas cartas en la manga que no le hemos visto jugar aún, y a veces (y son los momentos más hermosos para un intérprete) esa revelación surge en el momento del concierto. Pero hay que ganársela.